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Alfredo Cáliz
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    Chad/2015

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    • enero 05, 2018
    Publicado en Planeta Futuro. EL PAIS
    Texto de JOSÉ NARANJO
    Fotografías de ALFREDO CÁLIZ
    Yamena / Dakar 21 OCT 2015

    En la enorme sala de audiencias del Palacio Lat Dior de Dakar resuena estos días con fuerza su voz. Son 93 víctimas, 69 en persona y 24 por videoconferencia, supervivientes todos de una dictadura cruel como pocas que segó la vida a unas 40.000 personas entre 1982 y 1990. El juicio que se está celebrando en Dakar contra el tirano chadiano Hissène Habré, presente en la sala, cabizbajo, iracundo, derrotado, es la muestra de que en África también se puede derrotar a la impunidad y de que la tenacidad y el empeño abren caminos insospechados, incluso veinticinco años después. Por primera vez, África juzga a uno de sus dictadores y lo hace gracias a las miles de víctimas que supieron mantener intacta su sed de justicia y que pelearon por llevar a Habré ante un tribunal. Allí, su testimonio es una auténtica crónica del horror.

    El primero de todos, aquel quien ya desde la oscuridad de su celda empezó a creer en que este día podía llegar, fue Souleymane Guengueng. Contable de un organismo público en Yamena, la capital chadiana, fue detenido en 1988 acusado de estar en contacto con la rebelión. Cualquier acusación era buena. Desde que Habré llegó al poder en 1982, mantenerse en él fue su gran obsesión. Veía enemigos por todas partes. Para conseguir su objetivo desató un tsunami de violenta represión contra opositores y rebeldes, pero también contra familiares de estos, amigos e incluso miembros de una etnia por el mero hecho de serlo. Sin juicio ni defensa posible, simples ciudadanos detenidos por sospechas, delaciones falsas, inquinas.

    Como tantos otros, Guengueng fue encarcelado en condiciones inhumanas, sometido a tortura, despojado de su humanidad. “Cuando alguien fallecía en la celda lo usábamos como almohada”, recuerda. Pero en medio de todo aquello, agarrado a su fe cristiana, prometió que si lograba salir de allí dedicaría su vida a contarlo. Seis meses después del derrocamiento de Habré, fundó la primera asociación de víctimas. Y con minuciosidad de contable se dedicó a elaborar fichas de todos aquellos que habían sufrido cárcel o torturas, de los muertos sin nombre, de los abusos. Y su trabajo, durante años oculto, fue la columna vertebral de la primera denuncia contra el dictador, exiliado en Senegal, en el año 2000.

    A las afueras de Yamena hay un lugar al que llaman el Llano de la Muerte. Allí, Clement Abeifouta, de 54 años, no puede evitar emocionarse. “Perdía la cuenta de cuántas personas tuve que arrojar en fosas comunes aquí, pero no fueron menos de un millar, la gente moría en prisión como moscas”. Detenido en 1985, cuando era un joven estudiante, sus carceleros le convirtieron en enterrador. “Asistí al exterminio de toda una etnia, los Hadjarai”. Es el actual presidente de las víctimas, el relevo de Guengueng que tuvo que emigrar a Estados Unidos como refugiado político, amenazado por aquellos que estuvieron con Habré y que siguen ahí, temerosos de la verdad. La denuncia del año 2000 no prosperó porque el entonces presidente senegalés, Abdoulaye Wade, decidió proteger a su huésped de la justicia internacional. Pero Abeifouta y los demás no cejaron en el empeño.

    Entre las víctimas también hay mujeres. Muchas. Una de ellas fue Hawa Brahim Faradj, que fue detenida con sólo 14 años. La policía política de Habré buscaba a su madre, una comerciante, pero al no encontrarla se llevaron a la hija mayor. Tras tres años de cautiverio, la trasladaron a un campamento militar en Ouaddidoum, en el extremo norte del país, donde se convirtió en esclava sexual de los soldados. “Me sentí sucia durante años, luego me casé pero me costaba mucho tener relaciones con mi propio marido”, asegura. Ginette Ngarbaye también sufrió abusos en prisión. Era estudiante de mecanografía y cuando fue detenida estaba embarazada de cuatro meses, lo que no fue obstáculo para que le aplicaran electricidad durante los interrogatorios. Dio a luz en prisión.

    La tortura era sistemática, las condiciones de detención terribles y las ejecuciones sumarias diarias. Bichara Djibrine Ahmat se unió a la rebelión contra Habré hasta que fue hecho prisionero en 1983. Tras una semana encadenado en prisión, fue llevado junto a otros 150 rebeldes hasta un descampado a las afueras de Yamena. “Hicieron un círculo con los camiones y nos pusieron en medio. Empezaron a disparar y me dieron en un muslo. Había tanto ruido y confusión, dolor, gritos, sangre. Tardé tiempo en darme cuenta de que estaba vivo”. Dos cuerpos cayeron sobre él. Cuando los ejecutores se acercaron a dar los tiros de gracia pasaron por alto a Bichara, que dejó pasar media hora hasta que todo estuvo tranquilo y se escabulló, arrastrándose, hasta la frontera con Camerún.

    A Housseini Robert Gambier le llaman Sabagal Moute, “el que corre más rápido que la muerte”. Tras detenerlo por tener la piel clara como los libios, le torturaron de todas las formas posibles: con maderas atadas a presión en la cabeza, atándole brazos y piernas por detrás del cuerpo (la tristemente famosa técnica del arbatachar), insecticida en los ojos, clavos en las extremidades. Gambier está medio sordo y ciego a consecuencia de todo aquello, pero su testimonio ha sido clave para encarcelar a los torturadores y para el juicio que se sigue contra el dictador. Algunos aseguran incluso que el propio Habré les interrogó en persona, como Alkali Mahamat. “Como yo había vivido en Libia me preguntó si conocía a Gadafi, si lo había visto, si había leído su Libro Verde. Fumaba todo el tiempo y daba vueltas en su silla con ruedas”, recuerda.

    Durante los primeros días del juicio, Hissène Habré se ha negado a cooperar y cada día es traído por la fuerza hasta el Palacio de Justicia. Las víctimas no pierden la esperanza de que hable, de que responda, de que se defienda, algo que hasta ahora no ha hecho. “Hemos venido a Dakar para mirar al dictador a los ojos”, aseguran las víctimas, “que tenga el honor de escuchar nuestros testimonios, el coraje de hacer frente a sus jueces, que responda a las acusaciones. Queremos preguntarle por qué fuimos encarcelados y torturados, por qué nuestros familiares fueron asesinados”.

    Desde 1999, acompañándoles en su primera denuncia, haciendo de altavoz de su lucha hacia el mundo, la organización Human Rights Watch no ha querido dejarles solos. Y al frente de ella el abogado neoyorquino Reed Brody. “Los crímenes del régimen están muy documentados, tenemos miles de asesinatos y decenas de miles de encarcelamientos sin garantías. Ahora bien, tenemos que demostrar la conexión con Hissène Habré. No fue él personalmente quien los cometió directamente, salvo en algunos casos, pero a través de los documentos que hemos aportado ves que estaba informado de todas las actuaciones de su policía política. Incluso en unos pocos documentos hay anotaciones personales de él. Estaba muy pendiente e informado de lo que pasaba, pero esto hay que probarlo”, asegura.

    Después de que la denuncia del año 2000 no prosperara, las víctimas acudieron a la Justicia belga, con la esperanza de que la aplicación de la justicia universal llegara también hasta ellos. La estrategia dio resultado. Tras una detallada investigación, un juez de este país solicitó la extradición del dictador, lo que forzó a Senegal a mover ficha. Dakar eleva una consulta a la Unión Africana y el organismo panafricano dictamina, en 2006, que “Senegal debe juzgar a Hissène Habré en nombre de toda África”. Y si bien Abdoulaye Wade seguía protegiendo al dictador, el proceso ya era imparable. Cuando llega al poder en 2012, Macky Sall, nuevo presidente de Senegal, toma la decisión de crear una jurisdicción especial para este juicio, lo que dio lugar al nacimiento de las Cámaras Africanas Extraordinarias, ante las que Habré es forzado a sentarse cada día para escuchar el relato de las torturas y matanzas de su propio régimen.

    Está previsto que el juicio, que comenzó el pasado 20 de julio, no concluya hasta principios de diciembre. Tampoco se descarta que se prolongue incluso más allá. “Es un gran paso”, asegura Fatimé Tchangdoum, cuyo marido fue asesinado por el régimen de Habré, “desde luego Dios hace milagros. Pero la tarea no ha terminado. Él tiene sus abogados y hará todo lo posible por escapar a la acción de la Justicia. Y luego hay algo muy importante. Buena parte de quienes le ayudaron siguen aquí, en Yamena. Todos deben pedir perdón y reconocer lo que hicieron. Hasta que eso no ocurra la reconciliación no será posible”.

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